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Mostrando entradas de septiembre, 2010

La runa de la victoria. 1 (uno)

Sólo quedábamos en pie Erik y yo. Después de dos jornadas de conflicto con el pueblo de los pelirrojos oscuros nuestro pueblo había sido casi devastado, edificios, gentes, el bar, una destrucción casi completa. Sólo la empalizada y nuestra voluntad mantenían al margen de nuestro territorio al enemigo. Ulaf, jefe del pueblo de los pelirrojos oscuros, pensó en una solución rápida y casi aséptica para poner fin al conflicto. Su mejor hombre, Umaf “El grande”, se enfrentaría al mejor soldado de nuestro pueblo que permaneciese en pie. De ese soldado se decía que era tan grande que pidió la emancipación del término municipal donde vivía para establecerse como referencia geográfica propia, todo un coloso… Vaiki: No voy a pelear con ese tipo Erik, me gustaría llegar a viejo y tener una casa con porche donde poder sentarme con mi mujer, mi abogada, mi enfermera, mi quiropráctica y mis tres amantes. Erik: ¡Así no vamos a ganar la guerra!, ¿no ves qué el destino de nue

El jovencito Fronkonstin

Un rumor crecía en el pequeño pueblo que se situaba en la falda de la montaña; el cementerio estaba siendo espoliado. Cabezas, brazos, tornillos, cicatrices, órganos, multitud de material biológico estaba desapareciendo del cementerio. Justo a unos kilómetros, en el pueblo vecino situado en las medias de la montaña, un susurro se convertía en conversación, y un temor en zumo de naranja; el laboratorio de la montaña volvía a tener vida. Alguien había colocado la antena parabólica en el tejado y había inflamado de nuevo las antorchas de la gran puerta de metal de la entrada. Nadie se atrevía a afirmarlo, nadie quería pronunciar su nombre, nadie quería confirmarlo, nadie quería formar parte de esa realidad, nadie es menos que algo, nadie tiene cinco letras, nadie se lee cobre al revés, nadie se llama mi ornitorrinco, nadie aceptaba la situación: Maria Carey había rodado otra película, y además, el profesor había vuelto a su laboratorio... Fronkonstin:¡Igor! ¡Igor! ¡Iiiiigor! ¿D

Ectasy of gold.

El día se había abierto de par en par para castigarnos con su luz cegadora en una calurosa mañana de verano, el rio se escapaba entre nuestros pies y nuestra voluntad se zarandeaba al ritmo que el tamiz permitía el paso de la tierra para adueñarse por unos instantes de nuestra riqueza, sí, mi vida estaba ligada al búsqueda del oro, la fiebre del metal dorado. Cerca de mi posición se encontraban los Douglas, unos hermanos siameses que trabajaban a destajo en la búsqueda del metal; hasta que uno de ellos se convirtió en autónomo y quiso montar un negocio por su propia cuenta, pero el negocio no le fue bien. Quizás influyese el hecho de tener la oficina en mitad del río no era un buen reclamo para los compradores, aunque también fuese decisivo el hecho de que faltaban varios siglos para la invención de los calvos, así que los tónicos milagrosos aún no eran necesarios. Cada vez que encontraba una porción de oro bajaba al pueblo que estaba junto al valle para cobrarme el precio de la

Gatos callejeros.

El barrio cada día era más peligroso, pero ahí estaba yo, apostado sobre una esquina, con el flequillo ligeramente ladeado hacía mi oreja izquierda, mi chupa de cuero y mi paquete de tabaco bajo la manga corta de la camiseta. Nosotros no teníamos miedo a nada ni a nadie, éramos los “Cobras escupe fuego” venenosos como el fuego y ardientes como el veneno, o era al revés, que más da eso, siempre tendí a confundir el eslogan. Que puestos a tener eslogan ya podía ser más sencillo y pegadizo, no sé, algo así como “tiernos por dentro y duros por fuera”. Aunque supongo que así no nos respetaría nadie. Los chicos y yo habíamos quedado para hacer alguna de las nuestras, era sábado por la tarde y el cuerpo nos pedía marcha, así que entre nuestros planes estaba el ir a reventar el sermón de las siete de la tarde, nos encantaba entrar en la iglesia y sentarnos en primera fila para soltar argumentos sobre el origen del universo y la evolución del ser humano, muy cuidados en su fondo, pero con un

Mi crisol.

Mi crisol Desde pequeño siempre me gustó la cocina, al poco tiempo de estar entre fogones pude notar como las materias primas se convertían en bienes intangibles en el paladar de mis comensales, el flavor hipnotizaba sus sentidos y sólo volvían al presente cuando la vianda llegaba a su fin, pura vocación profesional entre mis dedos. Así que decidí ganarme la vida en la cocina, sin embargo nosotros éramos muy pobres, ni siquiera teníamos para nuestro propio sistema de valores, de hecho tuvimos que robárselo a una familia de holandeses que vivían cerca de mi calle, supongo que de ahí viene la afición de mi pequeño hermano por los arenques, como no podía pagarme mis estudios fui a ver a tío Claudio, un hombre acaudalado, un señor de la zona. Él tenía un dicho, “Si el camino es largo más corre el mastín que el galgo, pero si el camino es corto el galgo puede aprovechar un desgarro en el continuo espacio tiempo para tomarse una horchata”, nunca comprendí el refrán, pero mi tío m

El descubrimiento. II

Para “Dr.Zapatones” “Querido desconocido, le he dicho en más de diez ocasiones que no soy arqueólogo. Sabe de sobra que soy carnicero, ese es el motivo por el que estoy continuamente manejando huesos. Le rogaría que dejase de enterrar a la gente. O al menos si lo va a seguir haciendo, hágalo con una muda de recambio, está usted revolucionando el barrio. Tengo un primo que se llama Larry y vive en la manga del mar menor, sé que todo esto no tiene sentido, pero me apetecía contarlo. También me llama poderosamente la atención que me envíe todos sus escritos grabados en bloques de granito, el índice es del todo innecesario. Además hoy en día existen materiales muchos más fáciles de trabajar para los escribas como usted, un ejemplo claro es el de la piedra caliza, más moldeable y ligera. Aunque lo que realmente no entiendo es como puede dejar la rúbrica de sus labios al final del texto… No puedo terminar este escrito sin hacer un breve inciso en el alb