William Freud alrededor del mundo. Fin.

… El señor estuvo durante un rato susurrándome, después; me confesó abochornado que se llamaba Ya-Tlo-Tse y que me había confundido con su primo Sebastián, que tiene una mercería en plena Gran Vía de Beijing. Tras disculparse me propinó una patada en los testículos y se marchó canturreando la letra del primer single del último disco de Mao Tse-Tung, es increíble como este autor ha calado en la sociedad oriental. Sin prestar más atención al asunto partí del lugar, y tras llevar unos diez minutos caminando me encontré con una fiesta en honor a una señora que conmemoraba los cien años desde que empezó a ser vieja, la señora me observó desde unos diez metros, se levantó y sin una consulta previa o la prescripción de un urológo me propinó una patada en la entrepierna, justo en ese momento, y no antes ni después, comencé a cansarme de las ancestrales costumbres de ese gran país. Tras el último encontronazo con la mujer del tiempo antaño decidí que mi viaje había llegado a su fin, así que decidí tomar el medio de locomoción más rápido y barato del lugar, me puse manos a la obra y fui preguntando a los ciudadanos que encontraba en las esquinas desde Beijing a Madrid pasando por Londres, casi sin darme cuenta, y gracias a la información de los amables londinenses, encontré un billete de tren que comunicaba Beijing con Moscú en apenas cuarenta y ocho horas, y de allí a Dublín era coser y deambular, ¿o era cantar?, bueno esa daba igual. Sin perder más tiempo tomé un avión hasta la capital de China, y desde allí me fui hasta Moscú en tren, después fui en bici hasta el bar de al lado, de allí en monopatín hasta una parada de Taxi, donde me di cuenta que llevaba setenta y dos horas desnudo, quizás por eso me agrediesen los ciudadanos chinos, así que sin perder un segundo me compré un sombrero, ahora era una persona decente. Tras llegar a Londres partí a Dublín, a las pocas horas me encontraba en mi hogar, lejos de nativo antropófagos, animales salvajes antropófagos y fontaneros antropófagos, a los que más temo. Con sólo poner un pie en mi barrio sentí como los recuerdos se agolpaban en mi cabeza, estuvieron apunto de provocarme un aneurisma, pero por suerte me vacuné de nostalgia a los cinco años. A pesar de todo eso no olvidé el motivo de mi marcha, ansiaba un poco de libertad y un pan decente, así que desdeñe la posibilidad de entrar en el punto de pan caliente de mi barrio y volví a tomar rumbo hacía Antequera, la cuna del mollete; pero eso será una historia que quizás os cuente en otra entrega, el presente William Freud se despide hasta una nueva aventura. Saludos viajeros.

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