William Freud alrededor del mundo. Capítulo 3


A primera hora de la mañana, y tras coger fuerzas después del debido desayuno, tomamos la ruta sur para desplazarnos a El Cairo, dimos un pequeño rodeo, aunque las vistas merecieron la pena, Saint Tropez estaba precioso en esa época del año. Sin embargo creo que la ruta no fue la más acertada, después de hacer 8.500 km en una mañana los porteadores comenzaron a pedir agua, aunque ese no fue el principal problema, al desviarnos tan al sur entramos en el territorio de una tribu del África profunda, muy agresiva, y con fama de rayar los cedés de la biblioteca. El miedo recorría el cuerpo y el alma de todos los integrantes de la expedición, cualquier ruido, sombra o single de Melendi podía ser interpretado como un canto a la batalla. Anduvimos durante horas por la selva sin que los temidos señores del lugar apareciesen, pero justo antes de abandonar el vergel lo hicieron. Al parecer los señores que nos habían estado lanzando flechas y lanzas durante las últimas tres horas no eran comerciales de la empresa telefónica de turno, si no peligrosos caníbales con estudios superiores, lo cual los hace más peligrosos porque al daño físico hay que añadir la herida infringida por sus dotes lingüísticas superiores. De hecho uno de los ayudantes del doctor Chung Van Mal cayó en una profunda depresión al conocer su falta de coherencia al insultar a un indígena cuando te lleva preso atado a un palo. Después de capturarnos nos encerraron en unas pequeñas casas construidas a base conceptos biodegradables como el socialismo en tiempos de crisis económica. La casa era diáfana y demás adjetivos que te hacen imaginar una casa de catálogo, el lugar era acogedor, pero los malvados indígenas nos estaban devorando uno a uno, devorarnos uno a tres sería absurdo hasta para este texto. Con Filipe, un experimentado explorador, hicieron una deconstrucción de francés en lecho puerro con patatas y codorniz, sin duda un gesto de una civilización inhumana y…

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