William Freud alrededor del mundo. Capítulo 5.



...Levanté mi mano y llamé al encargado, un nativo con una chapita identificativa se acercó y comenzamos a debatir sobre mi situación actual, el nativo afirmaba con rotundidad que no podía hacer nada, que una vez salpimentado no había vuelta atrás, seguía lanzándome negativas, y los aldeanos comenzaban a ponerse nerviosos... De repente un nativo, con un delantal de piel de león blanco, se acercó a la cacerola y colocó la tapa sobre mi cabeza dejando un mísero hilo de luz sobre mis penas, en ese momento la angustia se hizo dueña de mis actos y de mi casa en el campo, metí la cabeza entre mis rodillas y me resigné a convertirme en el plato principal de una comilona para aldeanos, ni siquiera la exposición pictórica sobre Sorolla junto a las zanahorias trozeadas podía calmar mi pena. Aunque el tiempo pasaba y la cacerola seguía fría, nadie había azuzado el fuego, es más, un inquietante silencio se había instalado en el exterior, junto a una palmera. Decidí levantar un poco la tapa de la cacerola para aumentar mi campo de visión y mi sorpresa fue mayúscula, todo el mundo se había marchado. Así que salí del recipiente que me contenía como pude, y al poner mi pie derecho sobre la tierra pude notar que había pisado un periódico, lo recogí y me dispuse a leer el titular, “Grave crisis económica”, al parecer el precio de coco cayó en picado repercutiendo directamente sobre el precio de metro cuadrado en la selva, aumentando el precio de las hipotecas y devolviendo mi culo a la libertad tan rápido como mis zancadas me alejaban de la cacerola. Estuve 72 horas en estado de histeria, lo cual me permitió conocer mucho mundo pero sin poderme para en ningún lado. Anduve por el mapa dejando una curiosa línea discontinua, pasando por multitud de lugares y dejando atrás, lagos, montañas, desiertos, el Renacimiento y un grupo de Amish, cuando de repente paré mi marcha y pude contemplar la grandeza de ese nuevo lugar...


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